Pero un día, el perro logró soltarse y el aceite cayó al suelo. Entonces, para asombro de su dueño, el perro volvió dócilmente a él en clara actitud de querer lamer la cuchara. Fue entonces cuando el hombre descubrió que lo que el perro rechazaba no era el aceite, sino ...
... el modo de administrárselo.
" Lo que se resiste, persiste; lo que se acepta, se transforma"
Aforismo budista
Mucho me temo que cualquier padre se habrá reconocido en la piel de nuestro protagonista, recordando algunas de las muchas luchas que hemos tenido a brazo partido con nuestros hijos pequeños en las que nos empeñábamos que éstos comieran "todos aquellos alimentos beneficiosos" que habíamos elegido para ellos, y por supuesto, en la cantidad adecuada. Así es, sólo el que ha tenido hijos se puede imaginar cuan difícil es imponer a los mismos una dieta adecuada y lo que se puede llegar a sufrir para hacerles tomar la fruta, el puré de verduras o a saber que otros alimentos que ellos se niegan a probar siquiera siguiendo el consabido grito de guerra de "eso no me gustaaaaaa".
Sin embargo, lo que más rabia me daba era cuando veía a mi madre, su abuelita, en la misma situación y como, utilizando mil y una técnicas de distracción (el avión, leer un cuento, ponerle caras, etc) conseguía que su nieta dejara el plato más limpio que una patena, sintiéndome yo al ver aquello como un auténtico energúmeno, incapaz de aplicar un poco de inteligencia a dicha situación.
Porque, efectivamente, las situaciones donde encontramos resistencias no suelen solucionarse (¡oh, sorpresa!) aplicando más fuerza. A menudo, cuando encontramos que el entorno u otras personas se resisten a nuestros deseos (como en el ejemplo del perro o en el de mi hija) es fácil caer en la tentación de pensar que ante la fuerza que despliega nuestro oponente bastará aplicar una fuerza mayor en sentido contrario. Tan fácil como sumar y restar. Pero no, terrible error, queridos amigos, porque en lo que no habíamos caído es en la naturaleza y origen de dicha fuerza. Porque una resistencia, como su nombre bien nos indica, es una fuerza que nace para oponerse a otra (en este caso, nuestros intentos por imponer nuestros deseos) y por tanto crece en similar intensidad, pero en sentido contrario. Así, imponiendo más fuerza, más resistencia conseguimos. Quien tenga niños bien sabrá lo que digo, ya que cuanto más gritamos y amenazamos a nuestro retoño, más llora y más se niega éste a cumplir con nuestros deseos.
Y ejemplos de esto podemos encontrar tanto en los grupos humanos como en la propia naturaleza. De los primeros podríamos citar los intentos de firmeza de padres que lo que acaban consiguiendo son hijos más rebeldes, jefes que a base de gritos y juicios duros consiguen colaboradores más inseguros e inoperantes, o dictadores de mano dura que suelen acabar derrocados. De los segundos, podríamos citar el uso exagerado de antibióticos que da lugar a bacterias más resistentes; una higiene exagerada, que da lugar a organismos más débiles; o una dieta hipocalórica, que produce un metabolismo más lento provocando el conocido efecto "boomerang".
Y aunque hoy no pretendo dar recetas para ninguno de estos problemas en concreto, sí me permitiré dar una receta general, y es que cuando nos encontramos una resistencia, más nos valdrá entenderla (o mejor dicho, atenderla) de forma que podamos desactivarla o incluso utilizarla, en vez de tratar de vencerla con " más de lo mismo" (ver entrada con el mismo título).
Y para ilustrar tal receta, no se me ocurre nada mejor que la siguiente parábola de León Tolstoi
El sol y el viento discutían sobre cuál de los dos era más fuerte. La discusión fue larga, porque ninguno de los dos quería ceder. Viendo que por el camino avanzaba un hombre, acordaron probar sus fuerzas desarrollándolas contra él.
-Vamos a ver- dijo el viento- quién es capaz de dejarle sin sus vestiduras.
Y comenzó a soplar y a soplar cuanto podía. Pero cuanto más esfuerzos hacía, el hombre más oprimía su capa, gruñendo contra el viento, y continuando con su camino.
Entonces, el viento ya encolerizado, descargó lluvia y nieve, pero el hombre no se detuvo y más cerraba su capa todavía. Comprendió el viento al fin que no sería capaz de arrancarle a aquel hombre su capa.
Mientras, el Sol, que sonreía entre dos nubes, empezó a recalentar la tierra y el pobre hombre, que se regocijaba con aquel dulce calor, se quitó la capa y se la puso sobre el hombro.
-Ya ves- le dijo entonces el Sol al Viento- como con bondad se puede conseguir más que con la violencia.
Para seguir pronfundizando:
"La Quinta Disciplina". Peter Senge
"Introducción al Pensamiento Sistémico". Joseph O´Connor