Dos acorazados asignados a la escuadra de entrenamiento habían estado de maniobras en el mar con tempestad durante varios días. Yo servía en el buque insignia y estaba de guardia en el puente cuando caía la noche. La visibilidad era pobre; había niebla, de modo que el capitán permanecía sobre el punte supervisando todas las actividades.
Poco después de que oscureciera, el vigía que estaba en el extremo del puente informó: "Luz a estribor".
"¿Rumbo directo o se desvía hacia popa?", gritó el capitán.
El vigía respondió "Directo, capitan", lo que significaba que nuestro propio curso nos estaba conduciendo a una colisión con aquel buque.
El capitán llamó al encargado de hacer señales . "Envíe este mensaje: estamos a punto de chocar; aconsejamos cambiar 20 grados su rumbo".
Al poco llegó una señal de respuesta; "Aconsejamos que ustedes cambien 20 grados su rumbo".
El capitán, contrariado, dijo: "Contéstele, soy capitán, cambie su rumbo 20 grados ahora mismo".
"Soy marinero de segunda clase-nos respondieron-. Mejor cambie su rumbo 20 grados."
El capitán ya estaba hecho una furia, así que espetó: "Conteste: Soy un acorazado. Cambie inmediatamente su rumbo 20 grados si no quiere ser envestido por nosotros.
Al poco, la linterna del interlocutor envió su último mensaje ...
"Yo .... soy un faro",
"Todos quieren cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo"
Leon Tolstoi
Ya os podéis imaginar, queridos amigos cual fue la siguiente acción del capitán; sin duda, mandar girar el rumbo 20 grados, ¡y sin perder ni un segundo!
Pero vamos por partes. El chiste del principio,habla , aunque no lo parezca, de la aceptación y de su contraria, el rechazo o resistencia a lo que estamos viviendo, y la diferencia queda bien recogida en la cita de León Tolstoi. ¿Que hacemos cuando algo nos desagrada y enfurece? Pues tratar de que cambie, que para eso yo soy el capitán de mi propia vida, y como para mí no hay nada más importante, pues bien puedo creerme un acorazado al paso del cual todo lo demás tendrá que apartarse. Pero mucho temo que en nuestras vidas nos encontraremos con infinidad de faros, que no se inmutarán ante nuestra presencia y mucho menos tienen intención o posibilidad de apartarse.
Así que si rechazamos la realidad que no nos gusta , enfadándonos con ella y empeñados en embestirla, las consecuencias suelen ser muy parecidas a las del choque del acorazado con un faro. Pero si por el contrario, nos damos cuenta de que tan sólo controlamos nuestro rumbo, bien podemos corregir el rumbo encontrando otros caminos mas seguros y provechosos.
Así, cobra perfecto sentido un precioso aforismo budista que dice: " Lo que se resiste, persiste; lo que se acepta, se transforma", y por si todavía no ha quedado suficientemente claro, lo explicaré más detenidamente:
Así, cobra perfecto sentido un precioso aforismo budista que dice: " Lo que se resiste, persiste; lo que se acepta, se transforma", y por si todavía no ha quedado suficientemente claro, lo explicaré más detenidamente:
"Lo que se resiste, persiste". Cuando algo nos enoja o enfurece, se produce toda una reacción en nuestro cuerpo que nos predispone a la lucha. La fisiología del mismo cambia, de manera que se acelera el pulso, sube la tensión sanguínea en nuestros músculos y, sobre todo, nuestra atención se estrecha, concentrándonos únicamente en el objeto de rechazo. Y esta reacción primitiva a la que estamos predispuestos, que nos lleva a "atacar" de forma directa e instintiva, puede ser muy útil ante un peligro físico, real y cercano, pero ante situaciones más complejas, no nos permite estudiar con calma el problema y no nos deja ver que otros recursos, direcciones o estrategias podemos poner en marcha; y lo que es peor, no nos paramos a pensar en las graves consecuencias que a veces puede producir tal ataque directo. En el peor de los casos, aún podemos alimentar más el problema, ya que al otro extremo del mismo es probable que haya alguien o algo intentando mantener el status quo.
"Lo que se acepta, se transforma". Sin embargo, cuando vemos el problema desde la serenidad y la calma, con una fisiología relajada, nos permitimos el tiempo necesario para estudiar el problema y sus causas, y nuestra atención se abre, permitiéndonos explorar todos los recursos a nuestro alcance y todos los caminos de acción posibles. Así, modificando de manera adecuada e inteligente nuestro rumbo, podemos rodear de manera efectiva los "faros inamovibles" de nuestra vida, y llegar a buen puerto.
Es decir, que cuando "aceptamos" un aspecto de la realidad que nos disgusta, aceptamos ese aspecto, sí, pero no sus consecuencias. Y en esto se diferencia la aceptación de la resignación, ya que la primera se centra de forma muy activa en lo que sí podemos hacer al respecto, mientras que en la segunda nos quedamos pasivos considerando inamovibles tanto el hecho como sus consecuencias. En el chiste del faro, por ejemplo, resignarse supondría saber que se va a chocar con el faro y creer que no se puede hacer nada al respecto. ¡Pero que el faro no se vaya a mover no quiere decir que no lo podamos hacer nosotros !
Así que espero, después de esta disertación, que no sigáis empeñados en embestir faros, y seáis más bien flexibles a la hora de cambiar vuestro rumbo cuando así sea necesario. Pero como sé de la dificultad de tal misión, no me despediré sin antes recomendaros que os encomendéis a Dios, como hacía el propio Reinhold Niebuhr cuando decía:" Señor, dame la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que sí puedo, y (sobre todo, añado yo), ... sabiduría para distinguir entre ambas.
Es decir, que cuando "aceptamos" un aspecto de la realidad que nos disgusta, aceptamos ese aspecto, sí, pero no sus consecuencias. Y en esto se diferencia la aceptación de la resignación, ya que la primera se centra de forma muy activa en lo que sí podemos hacer al respecto, mientras que en la segunda nos quedamos pasivos considerando inamovibles tanto el hecho como sus consecuencias. En el chiste del faro, por ejemplo, resignarse supondría saber que se va a chocar con el faro y creer que no se puede hacer nada al respecto. ¡Pero que el faro no se vaya a mover no quiere decir que no lo podamos hacer nosotros !
Así que espero, después de esta disertación, que no sigáis empeñados en embestir faros, y seáis más bien flexibles a la hora de cambiar vuestro rumbo cuando así sea necesario. Pero como sé de la dificultad de tal misión, no me despediré sin antes recomendaros que os encomendéis a Dios, como hacía el propio Reinhold Niebuhr cuando decía:" Señor, dame la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que sí puedo, y (sobre todo, añado yo), ... sabiduría para distinguir entre ambas.
Cuentan que una madre llorosa se acercó a Buda con su hijo muerto en brazos. “¡Por favor, iluminado, ayúdame!” le dijo con el rostro cubierto de lágrimas. “¿Qué puedo hacer por ti?” preguntó Buda extendiéndole la mano. “Cura a mi hijo, no puedo vivir sin él. Tú eres un hombre de grandes poderes, devuélvele la vida”.
Buda esbozó una sonrisa compasiva y le dijo “con gusto haré lo que me pides y sólo te pediré algo a cambio: debes traerme tres semillas de mostaza que obtengas de un hogar al que jamás haya visitado la muerte”. La madre se alegró, y con el niño sin vida aún en brazos, corrió rumbo a la aldea para cumplir su parte.
En la primera puerta que tocó una mujer se ofreció a entregarle las semillas. “Seguramente que en esta casa nadie ha muerto” dijo la madre. “Los que vivimos bajo este techo somos pocos, comparado con todos los que murieron aquí” dijo la mujer, así que la madre debió rechazar las semillas. En la segunda puerta se enteró que hacía un año el hermano del dueño había muerto a causa de un accidente. Lo mismo le sucedió el resto del día: si no había sido un hermano, era un hijo o algún otro familiar el que había fallecido en el pasado.
Al atardecer volvió al bosque, aún con el niño sin vida en sus brazos. “Así que no hay cura para la muerte, después de todo” pensó y enseguida dejó al pequeño sobre una cama de flores. Luego regresó al lugar donde se encontraba Buda y le dijo con resignación “es imposible, no existe el hogar que jamás haya conocido la visita de la muerte”.
"Así es, mujer", le respondió El Buda. "Como habrás comprobado, la muerte forma parte de la vida, y mucho me temo que ya nada te devolverá a tu hijo. Comprendo tu dolor, pero si te rebelas contra ello, perderás el resto de tu vida lamentándote y maldiciendo tu suerte. Pero si lo aceptas y vienes conmigo, quizá puedas honrar su memoria sirviendo a aquellos que más lo necesiten." Y así fue como la mujer se convirtió en su discípula y su vida volvió a cobrar sentido.