"Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa, la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino para decidir su propio camino. Y es precisamente esta libertad interior la que nadie nos puede arrebatar, la que confiere a la existencia una intención y un sentido"



Viktor Frankl,

Superviviente de los campos de concentración nazis y creador de la Logoterapia









viernes, 17 de octubre de 2014

Soy un acorazado. Cambie su rumbo.

Dos acorazados asignados a la escuadra de entrenamiento habían estado de maniobras en el mar con tempestad durante varios días. Yo servía en el buque insignia y estaba de guardia en el puente cuando caía la noche. La visibilidad era pobre; había niebla, de modo que el capitán permanecía sobre el punte supervisando todas las actividades.
Poco después de que oscureciera, el vigía que estaba en el extremo del puente informó: "Luz a estribor".
"¿Rumbo directo o se desvía hacia popa?", gritó el capitán.
El vigía respondió "Directo, capitan", lo que significaba que nuestro propio curso nos estaba conduciendo a una colisión con aquel buque.
El capitán llamó al encargado de hacer señales . "Envíe este mensaje: estamos a punto de chocar; aconsejamos cambiar 20 grados su rumbo".
Al poco llegó una señal de respuesta; "Aconsejamos que ustedes cambien 20 grados su rumbo".
El capitán, contrariado, dijo: "Contéstele, soy capitán, cambie su rumbo 20 grados ahora mismo".
"Soy marinero de segunda clase-nos respondieron-. Mejor cambie su rumbo 20 grados."
El capitán ya estaba hecho una furia, así que espetó: "Conteste: Soy un acorazado. Cambie inmediatamente su rumbo 20 grados si no quiere ser envestido por nosotros.
Al poco, la linterna del interlocutor envió su último mensaje ...

"Yo .... soy un faro",



"Todos quieren cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo"

Leon Tolstoi

Ya os podéis imaginar, queridos amigos cual fue la siguiente acción del capitán; sin duda, mandar girar el rumbo 20 grados, ¡y sin perder ni un segundo!


¿Y que tiene que ver el chiste de hoy con los temas que nos suele acercar este blog? Pues mucho, sin duda, ya que me va a servir para explicar, tal y como yo lo veo,  un concepto que bien entendido bien puede transformar nuestras vidas. Me estoy refiriendo al no siempre bien comprendido término de la aceptación, y digo no siempre bien comprendido porque suele confundirse con el menos beneficioso de la resignación.

Pero vamos por partes. El chiste del principio,habla , aunque no lo parezca, de la aceptación y de su contraria, el rechazo o resistencia a lo que estamos viviendo, y la diferencia queda bien recogida en la cita de León Tolstoi. ¿Que hacemos cuando algo nos desagrada y enfurece? Pues tratar de que cambie, que para eso yo soy el capitán de mi propia vida, y como para mí no hay nada más importante, pues bien puedo creerme un acorazado al paso del cual todo lo demás tendrá que apartarse. Pero mucho temo que en nuestras vidas nos encontraremos con infinidad de faros, que no se inmutarán ante nuestra presencia y mucho menos tienen intención o posibilidad de apartarse.

Así que si rechazamos la realidad que no nos gusta , enfadándonos con ella y empeñados en embestirla, las consecuencias suelen ser muy parecidas a las del choque del acorazado con un faro. Pero si por el contrario, nos damos cuenta de que tan sólo controlamos nuestro rumbo, bien podemos corregir el rumbo encontrando otros caminos mas seguros y provechosos.

Así, cobra perfecto sentido un precioso aforismo budista que dice: " Lo que se resiste, persiste; lo que se acepta, se transforma", y por si todavía no ha quedado suficientemente claro, lo explicaré más detenidamente:

"Lo que se resiste, persiste". Cuando algo nos enoja o enfurece, se produce toda una reacción en nuestro cuerpo que nos predispone a la lucha. La fisiología del mismo cambia, de manera que se acelera el pulso, sube la tensión sanguínea en nuestros músculos y, sobre todo, nuestra atención se estrecha, concentrándonos únicamente en el objeto de rechazo. Y esta reacción primitiva a la que estamos predispuestos, que  nos lleva a "atacar" de forma directa e instintiva, puede ser muy útil ante un peligro físico, real y cercano, pero ante situaciones más complejas, no nos permite estudiar con calma el problema y no nos deja ver que otros recursos, direcciones o estrategias podemos poner en marcha; y lo que es peor, no nos paramos a pensar en las graves consecuencias que a veces puede producir tal ataque directo. En el peor de los casos, aún podemos alimentar más el problema, ya que al otro extremo del mismo es probable que haya alguien o algo intentando mantener el status quo.

"Lo que se acepta, se transforma". Sin embargo, cuando vemos el problema desde la serenidad y la calma, con una fisiología relajada, nos permitimos el tiempo necesario para estudiar el problema y sus causas, y nuestra atención se abre, permitiéndonos explorar todos los recursos a nuestro alcance y todos los caminos de acción posibles. Así, modificando de manera adecuada e inteligente nuestro rumbo, podemos rodear de manera efectiva los "faros inamovibles" de nuestra vida, y llegar a buen puerto.

Es decir, que cuando "aceptamos" un aspecto de la realidad que nos disgusta, aceptamos ese aspecto, sí, pero no sus consecuencias.  Y en esto se diferencia la aceptación de la resignación, ya que la primera se centra de forma muy activa en lo que sí podemos hacer al respecto, mientras que en la segunda nos quedamos pasivos considerando inamovibles tanto el hecho como sus consecuencias. En el chiste del faro, por ejemplo, resignarse supondría saber que se va a chocar con el faro y creer que no se puede hacer nada al respecto. ¡Pero que el faro no se vaya a mover no quiere decir que no lo podamos hacer nosotros !

Así que espero, después de esta disertación, que no sigáis empeñados en embestir faros, y seáis más bien flexibles a la hora de cambiar vuestro rumbo cuando así sea necesario. Pero como sé de la dificultad de tal misión, no me despediré sin antes recomendaros que os encomendéis a Dios, como hacía el propio Reinhold  Niebuhr cuando decía:" Señor, dame la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que sí puedo, y  (sobre todo, añado yo), ... sabiduría para distinguir entre ambas.



Cuentan que una madre llorosa se acercó a Buda con su hijo muerto en brazos. “¡Por favor, iluminado, ayúdame!” le dijo con el rostro cubierto de lágrimas. “¿Qué puedo hacer por ti?” preguntó Buda extendiéndole la mano. “Cura a mi hijo, no puedo vivir sin él. Tú eres un hombre de grandes poderes, devuélvele la vida”.
Buda esbozó una sonrisa compasiva y le dijo “con gusto haré lo que me pides y sólo te pediré algo a cambio: debes traerme tres semillas de mostaza que obtengas de un hogar al que jamás haya visitado la muerte”. La madre se alegró, y con el niño sin vida aún en brazos, corrió rumbo a la aldea para cumplir su parte.
budda
En la primera puerta que tocó una mujer se ofreció a entregarle las semillas. “Seguramente que en esta casa nadie ha muerto” dijo la madre. “Los que vivimos bajo este techo somos pocos, comparado con todos los que murieron aquí” dijo la mujer, así que la madre debió rechazar las semillas. En la segunda puerta se enteró que hacía un año el hermano del dueño había muerto a causa de un accidente. Lo mismo le sucedió el resto del día: si no había sido un hermano, era un hijo o algún otro familiar el que había fallecido en el pasado.
Al atardecer volvió al bosque, aún con el niño sin vida en sus brazos. “Así que no hay cura para la muerte, después de todo” pensó y enseguida dejó al pequeño sobre una cama de flores. Luego regresó al lugar donde se encontraba Buda y le dijo con resignación “es imposible, no existe el hogar que jamás haya conocido la visita de la muerte”.

"Así es, mujer", le respondió El Buda. "Como habrás comprobado, la muerte forma parte de la vida, y mucho me temo que ya nada te devolverá a tu hijo. Comprendo tu dolor, pero si te rebelas contra ello, perderás el resto de tu vida lamentándote y maldiciendo tu suerte. Pero si lo aceptas y vienes conmigo, quizá puedas honrar su memoria sirviendo a aquellos que más lo necesiten." Y así fue como la mujer se convirtió en su discípula y su vida volvió a cobrar sentido.














sábado, 30 de agosto de 2014

Un método fantástico

Un buen día, un hombre que  va caminando por la calle cree ver a lo lejos a un amigo. Cuando se acerca a saludarlo, se da cuenta de que está dando sonoras palmadas con sus manos sin que parezca haber ninguna razón evidente. Así que después de pararse delante de él y saludarlo, le pregunta por su extraño parecer. El hombre responde:


- Pues hago esto para espantar a los tigres. Es un método fantástico.

-¿Tigres? ¡ Pero si por aquí no hay ningún tigre!- le grita sorprendido


Y el amigo le responde, muy seguro de sí mismo:



-Ya te lo dije. Un método fantástico, sin duda.


Gracioso ¿verdad? ¿O quizá más bien trágico? Pues reto a  cualquiera de mis lectores que se atreva a desafiar la aparente lógica del razonamiento de nuestro protagonista, no sin antes advertirle que no me pondría en su papel por nada del mundo. Porque mucho me temo que nuestro amigo del chiste no está dispuesto a cambiar fácilmente de modo de actuar, pues a la vista de todos está que "él da palmadas, y ciertamente, no hay tigres cerca"

A sus ojos, no puede ser una coincidencia, ya que él ha actuado de una forma intentando obtener un resultado y éste sin duda se obtiene. Sólo tiene que obviar un pequeño hecho casi sin importancia, y es que ....¡ allí nunca hubo tigres!

Esta historia ilustra muy claramente lo fácil que es llenarse de razón y encontrar argumentos, aparentemente lógicos, para justificar nuestras acciones, porque al contrario de lo que podría parecer, tendemos a adaptar lo que recibimos del mundo para hacerlo coincidir con nuestras creencias previas, y no al revés, como en un principio se podría suponer. Y así debe ser en parte, por que no podemos estar cuestionando todas nuestras creencias y comportamientos a la luz de nuevos hechos.  Esto sería, sin duda, demasiado cansado, y evidentemente, nada eficiente. Así que para simplificar la gestión de nuestra vida debemos utilizar nuestras creencias previas para  movernos por el mundo con cierta agilidad y sin que sea necesario aprender todo una y otra vez. Y hasta aquí, todo bien, pero el problema aparece cuando nuestras creencias deciden comportarse  a su vez como auténticos seres vivos que buscan perpetuarse en nuestra mente, aunque para ello tengan que limitar nuestra atención y  percepción y malinterpretar lo que a nuestro alrededor ocurre.

 A esto se refería el gran filósofo Friedrich  Hegel cuando nos decía irónicamente "si la teoría no concuerda con los hechos, tanto peor para los hechos", y que viene a decir que cuando nos hemos involucrado con una idea nos costará darle crédito a los hechos que la contradigan, y no será muy difícil, como en el chiste del principio, dirigir o limitar nuestra percepción para encontrar argumentos que nos den la razón.

Y de esta forma, vamos por la vida justificando creencias y comportamientos poco útiles y en muchos casos trágicos. Y si creéis que exagero, aquí os propongo una muestra bien representativa mediante esta historia que he extraído del libro de Marcelo R. Ceberio "La construcción del Universo" (y advierto que no es un libro de astronomía ni física)

"Friedrich Von Spee, el famoso autor de Cautio Criminalis (Sobre los juicios de las brujas), muestra horrorosos ejemplos de realidades creadas por la naturaleza autocerrada en una creencia incuestionable. Spee fue un sacerdote que tuvo fluidos contactos con hombres y mujeres acusados de brujería, y presenció las más inhumanas escenas de tortura. Escribió su libro con la finalidad de convencer a la corte que con la base de su procedimiento de juicio y reglas de evidencia, nadie jamás puede ser encontrado inocente.

En primer lugar, no había duda en la mentalidad de los jueces de que Dios con su sabiduría y amor protegería al inocente, con lo cual los que no fueran salvados por él , darían cuenta , por consiguiente, de una prueba evidente de su culpabilidad. Además, una vida considerada sospechosa podía ser honrada o no; si no lo era, ésta era una prueba adicional de culpabilidad, y si lo era, constituía una razón para una sospecha adicional, puesto que es bien sabido que las brujas son capaces  de crear la impresión de ser virtuosas y honorables. Una vez en prisión, los sospechosos podían ser temibles o no. Si eran tildados de temibles, esto en sí mismo era una prueba de culpabilidad; si en cambio resultaban calmos y confidentes, tal actitud también era sospechosa, ya que es bien sabido que las brujas más peligrosas son capaces de aparecer inocentes y tranquilas....."


Y así iban justificando las más horribles torturas y castigos unos inquisidores que, ávidos de aumentar su currículum a cuenta de algunas pobres almas, "torturaban" la misma realidad para salirse con la suya.


Mucho me temo que de esta misma manera, torturamos la realidad todos nosotros, unos más, otros menos, para que "cante" lo que a nosotros más nos convenga. Y así no es de extrañar oír tan acaloradas discusiones sobre la verdad de las cosas, tan llenos de razón unos y otros, ya que cada parte ha ido utilizando las pruebas más convenientes para defender sus ideas, las cuales se hacen, como es de suponer, más y mas rígidas.

Así que os recomiendo amigos, que cuando los hechos (u otra persona) contradigan vuestra teoría, ampliéis vuestra percepción y cuestionéis por un momento tan siquiera vuestras creencias, ya que a diferencia de lo que solemos hacer, para validar una creencia, no hay que encontrar un hecho que la avale (como hacemos muchos llenos de razón) .... sino asegurarnos que no somos capaces de encontrar uno que la contradiga.....

A finales de 1988, la edición local del diario italiano La Nazione comunicó un extraño inidente que tuvo lugar en el Hospital General de la ciudad toscana de Groseto. una mujer esquizofrénica aguda fue admitida de urgencia, y debía ser llevada nuevamente a su Nápoles nativo para someterse a un tratamiento psiquiátrico. Cuando los asistentes de la ambulancia fueron a recogerla y preguntaron dónde estaba, les dijeron: "Ella está ahí adentro".

Al entrar en la habitación encontraron a la paciente sentada en su cama, totalmente vestida y con su cartera lista. Cuando le pidieron que se fuera con ellos, comenzó rápidamente a descompensarse, gritó, se resistió violentamente, y sobre todo, mostró los bien conocidos síntomas de despersonalización. Tuvo que ser forzosamente tranquilizada, antes de ser llevada abajo. Alrededor de dos horas más tarde, mientras la ambulancia llegaba a Roma, fue detenida por un automóvil de la policía y le dijeron al conductor que llevara a la mujer de vuelta a Grosetto. En lugar de la paciente, habían recogido.... ¡ a una mujer que estaba esperando para pagar una consulta de un pariente, sometido recientemente a una cirugía menor!

Para seguir profundizando:

El arte de amargarse la vida. Paul Watzlawick

La construcción del Universo. Marcelo R. Ceberio.

Introducción a la PNL. Joseph O´Connor y Jhon Seymour.

viernes, 30 de mayo de 2014

la profecía autocumplida


 En 1964, inspirado en el mito de Pigmalión, Robert Rosenthal (un profesor de psicología social de la Universidad de Harvard) inició un famoso experimento educativo.

Primero, aplicó una prueba de inteligencia a un grupo de escolares. Acto seguido, dividió al grupo en dos clases, al azar. A la profesora del primer grupo le dijo que tenía a cargo a estudiantes normales; a la del segundo grupo le señaló que sus estudiantes eran chicos “situados por encima del promedio, de los que se podía esperar progresos notables”. Claro está, la diferencia entre los dos grupos era pura ficción.
Al final del año, Rosenthal volvió a aplicar la prueba a todos los estudiantes. El resultado fue que los chicos del grupo experimental (los falsamente descritos como superdotados ante sus profesores) habían mejorado mucho más que el grupo de comparación.
Así las cosas, aunque los dos grupos eran igualmente competentes, las expectativas de sus profesores eran muy distintas.
La predicción de Rosenthal probó ser correcta: al darles información de que ciertos estudiantes eran más inteligentes que otros, sus profesores se comportaban inconscientemente de manera que el éxito de estos estudiantes se viera facilitado.



No por conocida deja de sorprender la historia. Parece mentira que la expectativa de los profesores pueda influir de tal manera en las calificaciones de los alumnos, pero así es, mis queridos amigos, confirmado lo acertado del título del blog, ya que parece demostrar que todo puede ser diferente según nuestras propias expectativas. Y como ya he explicado en alguna ocasión, dos son los motivos.
Por un lado, la expectativa de los profesores condiciona su atención, y por tanto, la recogida de información por parte de los mismos; y por otro, la misma expectativa condiciona su  comportamiento, y éste a su vez, el comportamiento de los que los rodean.

En concreto, en la historia que nos ocupa, la investigación demostró lo siguiente:

 En colaboración con Lenore Jacobson, directora de la escuela, Rosenthal descubrió lo siguiente: los profesores que creían que un alumno era bueno, le sonreían con más frecuencia, lo miraban más tiempo a los ojos, le daban más retroalimentación (sin importar si sus respuestas eran correctas o incorrectas) y sus reacciones de elogio eran más claras.

Es decir, el alumno se sentíría más apreciado y aceptado por las sonrisas de los profesores y sus miradas, la paciencia de éstos hacia los errores de los alumnos seguramente se vería aumentada y dichos errores se verían como normales en un proceso de aprendizaje sin que supusiera recriminación alguna. Además, con el convencimiento de que  los resultados del aprendizaje serían satisfactorios, los profesores no escatimarían esfuerzos en explicar las lecciones y las prepararían con minuciosidad. Los niños se mostrarían además más motivados, ya que los profesores tendían a ver los positivo de sus acciones, dándoles  calurosos reconocimientos.


¿Y por qué me apetecía hoy contar esta historia? Pues porque con esta disertación vuelvo a conectar con la anterior entrada, aún reciente, sirviéndome para resaltar lo peligroso de poner etiquetas a los demás, ya sean nuestros hijos u otros adultos como cónyuges o compañeros de trabajo. Si estas son negativas pueden producir efectos nefastos entre los que nos rodean y en nuestras relaciones (sobre todo nuestros hijos, ya que los efectos será mas permanentes), mientras que si generamos expectativas positivas es muy probable que los demás hagan un esfuerzo por cumplir dichas expectativas y recibir reconocimiento. Como decía Dale Carnegei en su fantástico libro "Como ganar amigos", dele a los demás una buena reputación a la que hacer honor, y después elogie el más pequeño progreso y, además, cada progreso. Sea caluroso en su aprobación y generosos en sus elogios.

Ya lo sé, fácil no es. Y es que nos guste o no, tendemos a ser muy rígidos con nuestros mapas aunque la realidad se empeñe en contradecirlos, pero si no somos flexibles con lo mismos, adaptando y actualizando creencias, lo más probable es que esos mapas no nos sirvan y nos lleven lejos de nuestro destino, y además, no habrá ser humano que pueda ayudarnos. Y si no me creéis, preguntádselo al protagonista de la siguiente historia..


Un hombre firmemente convencido de que está muerto, decide, presionado por su familia, 
acudir al psiquiatra. 
PSIQUIATRA: Bien, dígame usted que le pasa. 
MUERTO: La verdad es que a mí no me pasa nada, simplemente mi familia no se cree que yo 
esté muerto, y han insistido en que venga a verle. 
PSIQUIATRA: ¿Y usted está completamente seguro de que está muerto? 
MUERTO: Pues claro, si lo sabré yo... 
PSIQUIATRA: Bueno, en ese caso, dígame usted si cree que los muertos pueden sangrar. 
MUERTO: ¿Sangrar? Por supuesto que no. 
 El psiquiatra le pide entonces al sujeto que se suba la manga de la camisa y extienda el brazo 
sobre la mesa de consulta. Sin previo aviso le pincha con una aguja, y como consecuencia de 
ello una gota de sangre fluye sobre el brazo del paciente. 
 Satisfecho de su ingeniosa idea, el psiquiatra aguarda la respuesta deseada. 
PSIQUIATRA: Bien, ¿y ahora, que me dice usted...? 
MUERTO: Pues que yo estaba equivocado...es evidente que los muertos...¡ sí pueden sangrar!

Un abrazo 

viernes, 25 de abril de 2014

El valor del anillo



Un joven concurrió a un sabio en busca de ayuda.

- Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar maestro?. ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo:

- ¡Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mis propios problemas. Quizás después... Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

- E... encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas-.

- Bien -asintió el maestro-. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho agregó: Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo para pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.

En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, así que rechazó la oferta.

Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado - más de cien personas- y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó.

¡Cuánto hubiese deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro! Podría habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y su ayuda.

- Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir 2 ó 3 monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

- ¡Qué importante lo que dijiste, joven amigo! -contestó sonriente el maestro- . Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo?. Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo. El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.

- ¿¿¿¿58 monedas???? -exclamó el joven-.

- Sí, -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... Si la venta es urgente...

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
- Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo:
una joya única y valiosa. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.



Deliciosa fábula la que nos regalaba Jorge Bucay en su fantástico libro " Déjame que te cuente", estupenda para ilustrar la forma en como entregamos nuestra autoestima a los demás desde muy pequeños. Porque, en efecto, ansiosos de conocer nuestra propia valía nos fijamos en la valía que nos otorgan los demás (sobre todo, padres y figuras de referencia) y nos la creemos a pies juntillas para siempre. Pero en nuestra inocencia, no nos damos cuenta de que la vara de medir de nuestros mayores no es algo objetivo; cada una tiene la suya y cuanto menos es la estima en la que se tienen estas personas, peor será el resultado de la medida para nosotros. 

Si sois seguidores del blog desde el principio, quizás recordéis una de las primeras entradas titulada "Lo que crees, es lo que ves", donde un anciano, a la entrada de ciudad, contestaba de forma misteriosa a dos nuevos habitantes de la misma. El anciano, con gran sabiduría, por supuesto, les contestaba a ambos con la siguiente pregunta cuando era interrogado por cada uno de ellos sobre el carácter de las gentes del lugar:    "¿Y como es la gente de donde tu vienes?" era la pregunta que les devolvía,  y al obtener dos respuestas totalmente distintas (para uno eran mezquinos y egoístas, para el otro eran generosos y nobles) dictaba, sin embargo, la  misma sentencia: "Pues eso mismo ...  será lo que encuentres aquí".

La respuesta, aunque pueda parecer enigmática no quiere decir otra cosa sino que vemos las cosas tal y como somos nosotros, y si nuestros padres tienen poca sensación de valía interna, difícilmente serán capaces de percibirla en nosotros. Por eso, nuestra valía, algo totalmente subjetivo que construimos desde pequeños, se ve totalmente condicionada por los juicios (totalmente subjetivos también) de personas que nos miden, no por lo que somos, si no por lo que ellos son, tal y como le ocurría a nuestro protagonista en el anterior post, que lo valoraban como un patito feo porque eran incapaces de reconocer en él a un maravilloso cisne.

¿Y cómo se produce esto? ¿Cómo se traslada esa visión de nuestros progenitores de forma que se convierta en nuestra propia percepción? pues bien, a mí me gusta explicar esto con lo que yo llamo" la metáfora del espejo". 


Pensad por un momento en vuestra propia imagen física. No os será muy difícil recrear vuestra propia imagen en vuestra cabeza, ya que la veis muy a menudo, pero quizá no os habéis parado a pensar en que no la tendríais tan clara si no existieran espejos u otros objetos donde pudierais veros reflejados. Pero imaginad por un momento que jamás os habéis visto reflejados en un espejo digamos, normal, sino que por algún misterioso embrujo sólo os pudierais haber visto reflejados en espejos mal pulidos, rugosos y por ejemplo, algo cóncavos. ¿Qué pasaría entonces?, pues mucho me temo que la imagen que tendríais de vosotros mismos nada tendría que ver con la que de un espejo normal se pudiera obtener, y como consecuencia de ello, no quedaríais demasiado bien parados en vuestras comparaciones con los demás. Pero lo más grave, me temo, es que acostumbrados a veros siempre de la misma manera seríais totalmente incapaces de reconoceros cuando, por casualidad, se hubiera roto dicho embrujo y estuvierais delante de un espejo liso y recto; no señor, no tendríais base alguna para daros cuenta de que esa nueva imagen, nítida y proporcionada, os representa realmente a vosotros.


Y así se forma también nuestra autoestima y así tiende a mantenerse en el tiempo como un sistema que se autorrefuerza. De la misma manera que conocemos nuestra imagen física a través de los espejos en los que nos reflejamos, creemos conocer también nuestra valía por la imagen que nos devuelven nuestros mayores. Éstos nos transmiten su juicio, ya sea consciente o inconscientemente, quizá  a través de sus frases o quizá a través de su lenguaje no verbal, pero el caso es que poco a poco su juicio se va sedimentando en nosotros, haciendo mella en la percepción de nuestra propia valía. Y así, al igual que en el caso del espejo no nos reconocemos ya en un espejo normal porque nunca nos hemos visto de tal manera, tampoco repararemos en signos externos de valía, o no les daremos importancia, si durante nuestros primeros años no hemos conocido el reconocimiento y el amor incondicional. 

Y como decíamos, esto se convierte en un sistema que se autorrefuerza; porque en  efecto, una vez que nos hemos construido una imagen determinada de nuestra valía no seremos capaces de reconocer aquellos signos que contradigan dicha imagen y simplemente tendrán relevancia para nosotros los que parezcan convenir con la misma. De esa manera surgen en las personas con una débil autoestiima  afirmaciones tales como "siempre me pasa esto a mí", "nunca hago nada bien","todo lo estropeo",""nunca lo conseguiré", etc, es decir, juicios en forma de generalizaciones que surgen de obviar aquellas cosas que hacemos bien y de dar mucha importancia a las que salen mal, y por esa misma razón, cuando echamos la vista atrás, no somos capaces de recordar todo aquello bueno que hacemos o conseguirmos, y sin embargo, no tendremos ninguna dificultad en señalar todo lo negativo de nuestra vida. Y como decimos, con cada nueva  visión distorsionada de la realidad, más fija se vuelve la imagen y menos reconocible será nuestra valía para nosotros. 

Por todo esto, amigos míos, es tan grande la responsabilidad que tenemos como padres, por que en nuestro trato con nuestros hijos a diario se van construyendo una imagen de sí mismos que les costará mucho cambiar en el resto de su vida, y si queremos que se sientan personas valiosas, mejor haremos en huir de ponerles etiquetas, de juzgarlos duramente o quererlos de forma condicionada. Y por el contrario, debemos mostrarles  que nuestro amor es incondicional, que podemos juzgar sus actos pero no a ellos y que por supuesto.....,  los aceptamos tal y como son.

Explicar convenientemente este último párrafo daría también para un nuevo post, así que no me voy a extender mas por hoy y voy a concluir con una última aportación. He estado hablando de la valía y de medirla, y de si esta es positiva o negativa. En el fondo, nada de esto importa, es totalmente subjetivo, así que lo importa no es tanto si tenemos grandes capacidades o no; lo único importante es si nos aceptamos y nos encontramos a gusto con lo que somos y con lo que somos capaces de hacer, nada más. Y cerca de esta afirmación, sólo se me ocurre una forma útil de medir la valía de las personas, que recuerdo haber leído en un libro de Rafael Santandreu,  "una persona es tan valiosa.... como lo es  su capacidad de amar y de hacer cosas por los demás".


Así que dejad de ver patitos feos y haced como la mariposa de la siguiente historia:

Había una vez, una oruga que iba arrastrándose por el bosque con la cabeza baja, asustada, insegura y lamentándose por su complicada existencia.  De repente, uno de los seres más maravillosos que ella había visto en su vida, se cruzó en su camino, la oruga quedó maravillada por la enorme belleza de ese ser que lucía enormes alas de mil colores, era grande y hermosa, tan elegante, tan segura de sus habilidades y recursos, tan completa y feliz. Bajo los rayos del sol a la oruga le parecía estar viendo a una diosa.
Así pues, ni corta ni perezosa, la oruga le preguntó a la mariposa:
- Bella Mariposa, ¿me puedes decir cómo has conseguido esas preciosas alas que te dan la    seguridad de escapar cuando adviertes peligro?, dime por favor ¿cómo se ve el mundo desde ahí arriba? explícame  ¿qué se siente, cuando tus colores se funden con las de las bellas flores sobre las que te aposentas?, me pareces un ser maravilloso, me encantaría tener todas tus cualidades, tan bonita, tan esbelta, tan elegante, tan segura, tan discreta, posees tantos recursos….
La mariposa miró a la oruga y sabiamente le respondió:
- Querida oruga, todo lo que eres capaz de reconocer en mí, ya vive en tí, y todas esas cualidades y la grandeza que ves en mí, también tú la posees, recuerda querida oruga que llegará el día, en que tú también tendrás grandes alas, percibirás el mundo desde aquí arriba, y también te aposentaras sobre grandes flores, la naturaleza ya tiene previsto este don también para tí, tu transformación llegará en el momento adecuado, cuando estés preparada, disfruta pues de tu camino y tu recorrido,  no te impacientes, pues llegará el día en que las dos volaremos juntas, y a otras orugas podremos explicar que disfruten del camino, pues llegado el momento muy alto volarán.

Un abrazo 

Para seguir profundizando:

El arte de no amargarse la vida. Rafael Santandreu. 

La Brújula Interior. Alex Rovira

Nacidos para triunfar. Muriel James