Un borracho está buscando con afán bajo un farol. Se acerca un policía y le pregunta qué ha perdido. El hombre responde :"Mi llave."Ahora son dos lo que buscan. Al fin, el policía le pregunta al hombre si está seguro de haber perdido la llave precisamente aquí. Éste responde: "No, aquí no, sino allí detrás, pero allí está demasiado oscuro...."
¿Le parece a usted absurda la historieta? Si es así, busque usted también fuera de lugar. La ventaja de tal tipo de búsqueda está en que no conduce a nada, si no es a más de lo mismo, es decir, a nada.
Todo este fragmento está sacado del maravilloso libro de Paul Watzlawick "El arte de amargarse la vida" y pretende ilustrar otro de los recomendados mecanismos para tal fin, el de aplicar repetidamente la misma solución a un problema, y luego dedicarse a la queja y a maldecir la situación y a no sé que elementos que se empeñan en mantenerse inalterables ante nuestro esfuerzo e indiferentes ante nuestra amargura.
El chiste, que ya he utilizado en una de mis primeras entradas para reflejar la equivocada dirección en la que solemos buscar nuestra felicidad, nos sirve hoy para tomar conciencia de uno de los grandes errores de percepción en los que para nuestra desgracia, solemos caer. En efecto, aunque pueda parecer ridícula la actuación de nuestro borracho, quizá no parezca tan ridícula si este chiste- metáfora lo tradujese a una situación más real. Imaginemos:
Un hombre realmente preocupado por un grave problema que tiene con su (pareja, hijo, jefe, compañeros...) se lo cuenta con gran desazón a un buen amigo. Después de desahogarse a gusto quejándose de la actuación de la otra parte, y de recalcar que no es capaz de hacerla cambiar a pesar de intentarlo cada vez con mayor ahínco, al amigo se le ocurre sugerir que quizá lo que deba analizar con más cuidado es su propia actuación y que quizá deba cambiar algo de esta.
"¿Buscar en mi propia conducta? Quizá debería, pero es que es mucho más fácil hacer responsables a los demás..."
¿Exagerado, quizás? No lo creo ni un ápice. Esta es más o menos la actitud de muchos de nosotros en nuestros problemas de relaciones personales. Nuestro problema es que la naturaleza nos ha jugado una mala pasada, y ya que nos ha brindado la especial virtud de la autoconciencia, bien podría habernos situado los ojos, no delante de la cara, sino un metro por detrás por lo menos. Así es, con nuestros ojos situados delante de la cara no podemos sino ver solamente lo que tenemos delante sin ser capaces de incluirnos en la escena, y por tanto, nos excluimos a menudo de las explicaciones que le damos a nuestros problemas.
Pero como ya han enunciado los teóricos de la física cuántica, "no existe lo observado sin el observador" y mucho me temo que no es tan fácil cargar la responsabilidad sobre los demás. Y hago notar que no utilizo la palabra culpa sino la palabra responsabilidad, cuya diferencia es, para mí, muy importante. Como ya dije en alguna otra entrada, la culpa mira al pasado, al problema, buscando un único actor causante del mismo, de forma que el resto de implicados nos sintamos aliviados de no haber sido nosotros tal actor sino otro. La responsabilidad en cambio, mira hacia el futuro, hacia la solución, y todos los actores con capacidad de observarse entienden que si forman parte del problema, también pueden formar parte de la solución.
Así que las más de las veces, al no poder observarnos dentro de la situación, sino más bien como víctimas externas, cargamos la responsabilidad del cambio a las demás personas. Y así empieza la tragedia del "más de lo mismo". En nuestra limitada percepción del asunto no hacemos sino aplicar la misma receta continuadamente sin darnos cuenta de que esa misma receta puede ser, en buena parte, causante del problema en cuestión. En efecto, imaginemos un directivo con carácter controlador que no se fía de sus colaboradores y que prodiga efusivamente reconocimientos negativos ( o dicho más vulgarmente, "broncas") a los mismos. En poco tiempo esta misma persona estará quejándose amargamente de la poca autonomía e iniciativa de sus colaboradores, justificando entonces un control más severo, más desconfianza y más "broncas" para que éstos reaccionen.
Pero lo que el directivo no será capaz de ver es que con su desconfianza y control, sus subalternos dejan de confiar en si mismos, dejan de tomar decisiones intentado evitar así las duras reprimendas de su jefe, y limitan su actuación a las acciones más rutinarias y seguras. De esta manera, el jefe, cada vez más sobrecargado de tareas y con más temas y personas que controlar, aumenta la frecuencia y la sonoridad de sus reprimendas, esperando el poco probable resultado de que su gente "espabile".
Pero lo que el directivo no será capaz de ver es que con su desconfianza y control, sus subalternos dejan de confiar en si mismos, dejan de tomar decisiones intentado evitar así las duras reprimendas de su jefe, y limitan su actuación a las acciones más rutinarias y seguras. De esta manera, el jefe, cada vez más sobrecargado de tareas y con más temas y personas que controlar, aumenta la frecuencia y la sonoridad de sus reprimendas, esperando el poco probable resultado de que su gente "espabile".
Este sería un claro ejemplo de como al excluirnos de la observación del problema nos limitamos en la posibilidad de aplicar otras soluciones. Ya lo decía Einstein, "un problema nunca puede ser resuelto desde la misma mirada equivocada que lo provocó". Pero si insistimos en mantener dicha mirada fija en los otros, lo habitual es pensar que la solución es consistente y que sólo hay, en realidad, un problema de intensidad; o como dirían los hermanos Marx, "más madera, amigos". Así es, "más de lo mismo", como se sugería en el inicio de la actual entrada.
Y así se completa la tragedia , y utilizo la palabra tragedia porque todo el proceso se convierte en un sistema con un bucle de refuerzo que acabará con los actores principales en actuaciones extremas. Así nos encontraremos con relaciones dolorosas entre padres e hijos; jefes estresados con colaboradores atemorizados o despedidos; matrimonios fracasados e infidelidades; y mucho me temo que incluso países en guerra. Y todo por no entender que cuando estamos en medio de un problema, en realidad, sólo movemos los hilos de una única marioneta, de ninguna más. Y como podréis imaginar, esa marioneta somos nosotros. No podemos pretender cambiar a los demás ¡Sólo podremos llegar a los demás a través de nosotros mismos!
Y por si todavía no me hubiera explicado con suficiente claridad, arrojaré un poco más de luz con la siguiente historia:
Autobiografía en Cinco Cortos Capítulos
por Portia Nelson
I
Ando calle abajo.
Hay un profundo agujero en la acera
Me caigo en él.
Estoy perdida... estoy indefensa.
No es culpa mía,
Tardo muchísimo tiempo en encontrar una salida.
II
Ando por la misma calle
Hay un profundo agujero en la acera
Hago como si no lo viera.
Me caigo de nuevo.
No me puedo creer que esté en el mismo sitio.
Pero no, no es culpa mía.
Me sigue llevando muchísimo tiempo encontrar una salida.
III
Ando por la misma calle.
Hay un profundo agujero en la acera
Veo que está ahí.
Aún caigo en él... es un hábito
Mis ojo están abiertos.
Sé donde estoy .
Es culpa mía.
Salgo inmediatamente.
IV
Ando por la misma calle.
Hay un profundo agujero en la acera.
Lo rodeo.
V
Camino por otra calle.
Espero que el avezado lector de esta página observe lo fácil que parecen las soluciones al problema en los capítulos cuatro y cinco siempre que se haya pasado por el tres ("Mis ojos están abiertos, sé donde estoy")
Espero también que se dé cuenta de lo que le espera a alguien cuando se mantiene en los dos primeros (no es culpa mía, hago que no lo veo).
Lo dicho, una auténtica tragedia.
Para seguir profundizando:
Los siete hábitos de la gente realmente efectiva. Stephen Covey
El arte de amargarse la vida. Paul Watzlawick
La quinta disciplina. Peter Senge
Introducción al pensamiento sistémico. Joseph O´Connor